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Continúa la investigación sobre la autenticidad del Códice Maya de México

Los estudios realizados hasta el momento confirman la autenticidad del Códice Maya de México, antes llamado Grolier, como un documento único y de valor inestimable por ser el libro más antiguo legible del continente americano, aseguró Erik Velásquez García, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Al participar en la serie de charlas “Ratones de Biblioteca”, organizada por el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, el experto mayista enfatizó: aunque “hay otros códices más antiguos de los cuales sabemos su existencia, pero sólo se preservan fragmentos que no podemos ver por dentro; es decir, no son legibles”.

Sin embargo, análisis realizados de 2017 a 2020 han demostrado que el documento es el único códice maya descubierto en el siglo XX, y contiene información clave sobre su momento histórico, destacó el doctor en Historia del Arte.

Velásquez García comentó que “a lo largo de más de cuatro décadas, este códice ha generado gran polémica pues ha hecho vacilar hasta a los mayistas más expertos”.

Existen tres versiones sobre el hallazgo del códice, de las cuales la más aceptada y difundida es que Josué Sáenz, comprador de arte, lo adquirió en 1966 de manos de unos saqueadores, quienes le ofrecieron un lote de piezas donde venía el códice, mismo que hallaron en una cueva seca de la sierra de Chiapas, comentó.

En sus primeros años, recordó el autor del libro “Morada de dioses: los componentes anímicos del cuerpo humano entre los mayas clásicos”, el códice viajó a Estados Unidos, pues en 1971 fue expuesto en el Club Grolier, en Nueva York, de ahí que por muchos años se le conoció como Códice Grolier, y entre 1972 y 1973 fue sometido a tratamientos de conservación. Al siguiente año, el documento regresó a México y Sáenz lo prestó al Museo Nacional de Antropología.

Para 1975 el reconocido mayista Eric Thompson publicó un artículo exponiendo dudas importantes, sugiriendo que no fue elaborado en la época prehispánica, lo que dividió a la comunidad académica por décadas.

En 2016 el tema estaba estancado pues hacía falta un estudio profundo de las técnicas y materiales, por lo cual el Instituto Nacional de Antropología e Historia convocó a un equipo multidisciplinario de 23 investigadores de la UNAM, del INAH y la Universidad de Boulder Colorado, quienes lo revisaron con las más modernas técnicas científicas.

Estudios clave

Velásquez García fue uno de los expertos invitados por el INAH para estudiar el códice que ahora es conocido como Códice Maya de México, al cual se le hicieron estudios de microscopía electrónica de barrido, espectrografía, fluorescencia de rayos X, estudios radiométricos, y entomología, entre otros.

“Cuando me invitaron yo era escéptico, no creía que el códice, entonces llamado Grolier, fuera prehispánico; sin embargo, acepté porque me pareció que el proyecto estaba muy bien fundamentado, pues era iniciativa de José Enrique Ortiz, Antonio Saborit, Baltazar Brito y Sofía Martínez del Campo”, expertos en la materia, recordó.

En 2018, el códice se convirtió en el documento mesoamericano más estudiado desde el punto de vista de sus materiales y no hay otro que haya sido investigado de forma similar, en cuanto a sus técnicas, materiales y pigmentos. Se determinó que no tiene ningún componente moderno, destacó.

Recientemente un equipo de expertos dirigidos por Corina Solís Rosales realizó una nueva datación con radiocarbono y concluyó que los árboles, de los cuales se obtuvieron las fibras para fabricar el códice, fallecieron entre 1159 y 1261, confirmando una vez más que se trata de un documento prehispánico.

Único y valioso

Existen múltiples características que hacen único y altamente valioso el Códice Maya de México, detalló el investigador, porque pese a que se sabe de técnicas prehispánicas, no se ha podido reproducir una copia del documento.

Entre los hallazgos, ejemplificó, expertos en arqueobotánica concluyeron que el fragmento que se tiene (que son 10 páginas) fue elaborado con tres membranas superpuestas y entrecruzadas con una técnica antigua, las cuales no están aporreadas ni machacadas.

Además, el color ocre o café del códice está hecho con grana cochinilla, algo que nunca antes se había visto en un manuscrito mesoamericano, un material costoso proveniente de Oaxaca, por lo que fue economizado al mezclarlo con materiales como cera de abeja. Mientras que el color rojo fue hecho con hematita especular, y el negro con material de la combustión del pino u ocote, precisó.

La última lámina, la diez, fue crucial para determinar la autenticidad del códice, donde se aprecia una deidad de la muerte que agrede a alguien en un pequeño canal de agua, parte pintada con el famoso azul maya.

“Cuando fue adquirido el códice no existía en el medio científico, ni académico, la posibilidad de reproducir lo que se conoce como azul maya, un pigmento muy especial hecho con una parte inorgánica (arcilla palygorskita) y orgánica (palo de añil)”, señaló.

Contexto histórico

El Códice Maya de México sirve para pronosticar la conducta de Venus entre 1129 y 1233 de nuestra era, periodo conocido como postclásico temprano y es coetáneo a los últimos años del esplendor de Tula y Chichén Itzá.

Dicho periodo estuvo marcado por sequías cruentas y recurrentes que ocasionaron enormes hambrunas, la llegada de nuevas enfermedades, desnutrición, hecho al que se atribuye el despoblamiento de Tula y Chichén Itzá, y que, en cierta forma, quedaron plasmados en el códice.

“Justamente en el siglo IX tenemos los primeros registros en Mesoamérica en un intento por predecir la conducta de Venus, siguiendo los periodos de 584 días, como se aprecia también en los códices Vaticano B, Borgia, Cospi e inclusive el Dresde”, comentó.

Otro aspecto que lo hace único es que, a diferencia de otros códices mayas, su imprimatura no es de estuco (carbonato de calcio), sino de yeso (sulfato de calcio) lo que, técnicamente, lo hermana con códices del centro de México o de Oaxaca que usaban ese material en la preparación de sus páginas.

Recientemente un equipo de expertos dirigidos por Corina Solís Rosales, del Instituto de Física de esta casa de estudios, presentó en septiembre de 2020, en la revista Radiocarbon, una nueva datación del documento donde concluyó que los árboles, de los cuales se obtuvieron las fibras para fabricar el códice, fallecieron entre 1159 y 1261, confirmando una vez más que se trata de un documento prehispánico.

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