Después de 20 años, Estados Unidos finalmente está poniendo fin a su “guerra inacabable” en Afganistán. El presidente Joe Biden hizo a un lado el debate en torno al retiro de soldados —cuándo hacerlo y si es conveniente— y fijó un plazo firme: El sábado empiezan a irse algunos de los 2.500 o 3.500 efectivos que quedan y el resto partirán a más tardar el 11 de septiembre.
Ahora surge otro debate: ¿Valió la pena esta intervención?
Desde el 2001, decenas de miles de afganos y 2.442 estadounidenses fallecieron, millones de afganos fueron desplazados de sus casas y se gastaron miles de millones de dólares en la reconstrucción del país. Al comenzar la partida de los últimos soldados, la Associated Press analiza la misión y lo que se logró.
LA LUCHA CONTRA EL TERRORISMO
La intervención fue producto de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2011 y al principio tuvo una misión bien definida: Perseguir y castigar a sus autores.
Estados Unidos determinó que al-Qaida y su líder, Osama bin Laden, habían planificado el ataque desde Afganistán, protegidos por el gobierno talibán.
Los estadounidenses y varios aliados lanzaron una invasión con el objetivo de reemplazar al gobierno y destruir al-Qaida.
Las fuerzas de la OTAN se sumaron a la operación y Washington apeló a los únicos aliados que pudo encontrar en Afganistán: Una serie de caudillos, la mayoría de los cuales eran antiguos muyahidines que Estados Unidos había apoyado en la década de 1980, cuando resistían una invasión soviética.
Tras semanas de una incursión terrestre y bombardeos aéreos, la coalición había expulsado al Talibán del gobierno. Sus líderes huyeron y sus combatientes perdieron el control del país. Al-Qaida pasó a la clandestinidad, operando desde la vecina Pakistán.
Tomó diez años pillar a bin Laden, quien finalmente fue abatido por un comando estadounidense en su escondite en Pakistán, a 100 kilómetros (60 millas) de Islamabad.
A lo largo de esa década, sin embargo, Estados Unidos y la OTAN expandieron enormemente su misión. Los estadounidenses descuidaron Afganistán al invadir Irak en el 2003. Se la dejaron a viejos caudillos, que solo pensaban en adquirir riquezas y poder. El primer presidente tras la caída del Talibán, Hamid Karzai, propuso mantener negociaciones de paz con esa fuerza, pero los estadounidenses bloquearon toda negociación, convencidos de que los insurgentes podían ser derrotados militarmente.
Eso no sucedió y surgió un gran movimiento insurgente. Estados Unidos siguió enviando dinero y efectivos para ayudar al gobierno afgano a contener esa insurgencia y a reconstruir un país destrozado por la guerra. La llegada de miles de millones de dólares hizo que floreciese la corrupción.
Si bien al-Qaida ya no está en condiciones de hacer operaciones en Estados Unidos y Occidente en general, tiene aliados en numerosos países, donde lanzan también movimientos insurgentes.
Biden justificó su decisión de retirar los últimos efectivos que quedaban en Afganistán diciendo que las prioridades de Estados Unidos cambiaron.
“Bin Laden murió y al-Qaida está muy diezmada en Irak y Afganistán”, manifestó. Agregó que el terrorismo es hoy un fenómeno global, que no hay que combatir con miles de soldados en otro país sino con la nueva tecnología. Estados Unidos, sostuvo, debe liberar recursos para enfrentar retos más sofisticados, incluida la competencia de Rusia y China.
Añadió que no le veía sentido a la presencia de Estados Unidos en Afganistán a esta altura. “¿Cuándo va a ser el momento oportuno para irse? ¿En un año, dos, diez?”.
¿QUÉ PASA AHORA CON AFGANISTÁN?
Afganistán es gobernado en parte, directa o indirectamente, por el Talibán a pesar de los miles de millones de dólares invertidos en crear fuerzas de seguridad capaces de combatirlo. El gobierno afgano es corrupto, tiene lazos con caudillos regionales, y muchos afganos desconfían de él.
Washington y sus aliados presionan para que haya un acuerdo de paz entre el gobierno y el Talibán. La esperanza es que ambos bandos se den cuenta de que es imposible lograr una victoria militar y que deben colaborar.
En el mejor de los casos, surgirá un gobierno que incluya al Talibán y que pueda despejar el camino para un sistema constitucional nuevo, con elecciones.
Si las negociaciones de paz fracasan, sin embargo, se abriría otro capítulo en una guerra civil que lleva décadas. La nueva fase podría ser más brutal todavía y el Talibán se enfrentaría con numerosos grupos armados sedientos de poder.
En los 20 años que pasaron tras la caída del Talibán hubo muchos progresos. Pero son frágiles y pueden ser revertidos cuando se vayan los estadounidenses.
Las niñas pueden recibir una educación, algo que estaba prohibido con el gobierno talibán. De todos modos, sigue habiendo al menos 3,6 millones de niños, la mayoría de ellas mujeres, que no van a la escuela, según la UNICEF.
Las mujeres trabajan y están en el Parlamento. Se hacen escuchar, pero no lograron la aprobación de una ley para combatir la Violencia Contra las Mujeres porque los sectores religiosos conservadores dominan la legislatura. El Instituto de Georgetown para las Mujeres, la Paz y la Seguridad cataloga a Afganistán como uno de los peores países del mundo para ser mujer.
Antes de la invasión del 2001, el Talibán había erradicado la producción de opio, según las Naciones Unidas. Hoy Afganistán produce más opio que todos los demás países juntos y genera más ingresos que las exportaciones legales (entre 1.200 y 2.100 millones de dólares), de acuerdo con John Sopko, de la oficina del gobierno estadounidense que supervisa el estado de cosas en Afganistán.
Pese a la llegada de miles de millones de dólares en ayuda humanitaria y para la reconstrucción, más de la mitad de los 36 millones de habitantes viven por debajo del nivel de pobreza del Banco Mundial, que es de 1,90 dólares por día. Millones viven apenas por encima de ese nivel. El desempleo es del 40% y la ONU y la Cruz Roja dicen que casi la mitad de los niños pueden pasar hambre.
Con información de AP