Fernando Eduardo Vázquez Ferman
Estudiante de Economía en la UV
No es posible trazar una ruta de la democracia mexicana sin entender las dificultades que esta ha presentado a lo largo de su historia, desde sus inicios a mediados del siglo XlX hasta su institucionalización el 11 de octubre de 1990, con el inicio de actividades del Instituto Federal Electoral.
La coyuntura electoral actual ha mostrado preocupantes actitudes del Ejecutivo federal en dónde, por señalar algunas, ha metido las manos en el proceso electoral denunciando a Samuel García y Adrián de la Garza -candidatos a la gubernatura de Nuevo León-, ha señalado soezmente las decisiones del INE y anunció la necesidad de un cambio en las reglas del mismo instituto, una aviesa estrategia política para lanzar una reforma electoral.
Es cierto que nuestras jóvenes instituciones autónomas son contemporáneas de una democracia en formación que inevitablemente aún presenta deficiencias de forma, pero no de fondo. El INE debe de ser receptor de propuestas en el ánimo de construir acuerdos que fortalezcan y protejan el espíritu democrático del país y no ideas aciagas que lesionen el orden republicano y sienten un grave precedente de retroceso de lo político frente a formas blandas de tiranía.
Los órganos electorales son instituciones centrales de la arquitectura de un sistema democrático y cuando se someten a los designios de los poderes públicos, la democracia se convierte en un ritual vacío en dónde extravía su rumbo y su objetivo primigenio se destruye. En pocas palabras, las instituciones permiten que no se naufrague con la democracia ni que se le ahogue con la voz de la legítima disidencia.
La construcción de una verdadera democracia deriva de soluciones concisas que buscaban reducir la intervención de los gobiernos en decisiones que le competían a la autoridad electoral, fue está una razón que arrojó un acotamiento sustantivo de los fraudes electorales.
Buscar “achicar” al INE bajo el embaucador argumento de su ostentoso costo para disfrazar la animadversión del Presidente, sólo esclarece el recelo y la afrenta política que este gobierno tiene contra aquello sobre lo que no puede imponer, sobre lo que no controla. Es una rebatiña que lejos de cimentar la democracia termina por debilitarla.
Todos coincidimos en que debe de bajar el financiamiento a partidos políticos, es un reclamo social que lleva años. Sin embargo, dicha medida responde más a ajustes presupuestales que a reformas en el marco legal del INE, si este enfrentamiento del Presidente contra las instituciones obedece a asuntos personales, que los resuelva personalmente, si obedece a los 49 registros que retiro el INE a candidatos de MORENA, que exija más disciplina al interior del partido.
Pero, que no intente destruir lo que nos ha costado años: la democracia, que durante mucho tiempo se convirtió en una herramienta del plano discursivo que ayudó a los demagogos a construirse un discurso de desavenencias institucionales con los organismos autónomos, que cuando el fallo es a favor los vanaglorian y cuando el fallo es en contra se les descalifica.
Ser demócrata resulta complicado ante el panorama adverso que vive nuestra democracia nacional en dónde se pone en riesgo instituciones garantes del México al que aspiramos con una reforma que busca cambiar el andamiaje electoral en aras de centralizar el poder.
Vale la pena tener memoria histórica para recordar que la democracia no se construyó en un día, pero si puede desaparecer en unas cuantas horas.