Las acciones y decisiones del ser humano han provocado que los últimos cinco años hayan sido los más calurosos en la historia; las tres décadas más recientes han registrado la mayor temperatura en el mundo desde 1950; los glaciares se derriten y los periodos de lluvia varían como consecuencia del cambio climático.
Dolors Ferrés López y Diego de Jesús Chaparro Herrera, profesores universitarios de la Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra (ENCiT) y de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala, respectivamente, aseguran que el ser humano transformó de manera acelerada los ecosistemas, acción que conduce también a una rápida extinción de especies.
“Existe un grupo de investigadores que postulan que estamos ante una nueva época geológica, el Antropoceno, en la que somos la principal causa de la desaparición de las especies. Aunque las extinciones masivas que se vivieron en el pasado geológico tuvieron diferentes causas y constituyeron, en ocasiones, la pérdida de hasta 95 por ciento de las especies existentes -incluidas las de microorganismos-, afortunadamente no estamos en esos niveles”, puntualiza Dolors Ferrés.
Chaparro Herrera recordó que “hay quienes comparan la vida natural con las 12 horas de un reloj, y parece que en el lapso de un minuto los seres humanos hemos acabado con muchísimas especies, mientras que las extinciones anteriores fueron en periodos largos”.
En el E-book “Sentir, pensar y actuar frente a la emergencia climática. Una guía para conocernos mejor y poder actuar”, editado por Greenpeace, Alice Poma, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS), y Tommaso Gravante, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH), escriben:
“Somos seres humanos, pero seguimos siendo una especie animal más en este planeta y requerimos oxígeno, agua y nutrientes para vivir. Todos esos elementos están presentes en abundancia en la Tierra, aunque ya muy contaminados y en ocasiones inaccesibles a causa del modelo de desarrollo que desde hace más de un siglo predomina”.
En la publicación señalan que el mundo no es el mejor, pero si no se conoce lo que había y no se siente dolor o tristeza por la pérdida de estos elementos naturales, será difícil romper con la indiferencia hacia la actitud ecocida –cualquier daño masivo o destrucción ambiental– de las últimas décadas y construir una conducta espontánea ecofílica, es decir, la capacidad de estar en armonía con la naturaleza.
Cambio climático y disponibilidad de agua
El cambio climático generado por la mayor emisión de gases de efecto invernadero acelera cambios en el clima, los océanos y en el suelo de los que dependemos. Si continuamos con esta tendencia existe la posibilidad de afectar los recursos alimentarios y la disponibilidad de agua para consumo humano, alerta Dolors Ferrés en ocasión del Día Internacional de la Madre Tierra, que se conmemora el 22 de abril.
Lo mismo ocurre con los océanos, ya que existen varias zonas del planeta donde el calentamiento de la atmósfera induce la acidificación del agua marina, y junto con otras problemáticas como la sobrepesca, o los residuos plásticos, constituyen algunas de las principales amenazas que acechan a esas masas del vital líquido.
Somos las generaciones con mejor conocimiento y, sobre todo, con la posibilidad de obtener, mediante diversas herramientas y con la participación de otras disciplinas, datos para analizar el problema y argumentar que estamos ante una situación acelerada de degradación del ambiente, enfatiza.
A pesar de que los seres humanos han deteriorado también su relación con la naturaleza, la geóloga universitaria considera que aún es posible reconciliarse con ella.
“Necesitamos de la Tierra y de todos sus sistemas para mantener un ambiente que permita que sigamos existiendo en el planeta, la naturaleza es dinámica y los procesos y fenómenos que ocurren en ella nos provee de recursos, pero también pueden impactarnos, en ocasiones de forma severa; la ocurrencia de algunos de estos fenómenos y los impactos asociados se están acelerando”.
Sin embargo, es posible desarrollar proyectos para tener sociedades más sustentables en la medida que podamos saber las características, estructuras, propiedades, procesos que ocurren en el mundo y buscar formas de conocer mejor la naturaleza y el entorno.
En ese sentido, Dolors Ferrés hace referencia a la formación de estudiantes de Ciencias de la Tierra de la UNAM, la cual busca que analicen y comprendan de manera integral cómo las diferentes partes del sistema terrestre interaccionan entre sí y con las sociedades.
Es necesario tomar conciencia, afirma, que la salud humana es una parte de la salud del ecosistema y de ello depende evitar enfermedades; esto lo hemos visto con la pandemia actual al igual que con otras enfermedades de importancia en África o los problemas con los mosquitos en Mesoamérica.
Ajolote y cambio climático
Chaparro Herrera, quien trabaja en la conservación del ajolote de Xochimilco (Ambystoma mexicanum), describe que su labor es diseñar estrategias para salvaguardar a especies vulnerables como este anfibio.
“Siempre he dicho que los biólogos somos los curanderos de la naturaleza, en este caso no solo trato de reintroducir esta especie, sino de cambiar todo el ecosistema en el que se desenvuelve y las interacciones que éste tiene con otros organismos, por ejemplo con el zooplancton, fitoplancton y las macrófitas, para modificar la calidad de los sistemas acuáticos”.
Resalta la importancia de la protección, restauración y conservación de suelos forestales para mitigar o reducir los efectos del cambio climático, en particular por su capacidad para almacenar el bióxido de carbono y disminuir la temperatura en esas áreas. “Si tenemos un suelo rico y una restauración de suelos, tendremos vegetación abundante y una regulación de la temperatura ambiental”.
En ese sentido, abunda, es abrupto el crecimiento bacteriano en sistemas acuáticos como consecuencia del incremento de la temperatura, lo cual se manifiesta en especies vulnerables como el ajolote.
Y detalla que cuando la salud de este anfibio comienza a decaer se debe a ese fenómeno, porque este organismo es vulnerable a esas condiciones, toda vez que vive en aguas frías y se reproduce en época de frío.
Incluso el incremento de bacterias acabaría con el ajolote, pero también se depositarían en aguas residuales: si se utilizan para riego, los microorganismos se incrementarían; a fin de cuentas el ser humano también saldría afectado.
En su opinión, es posible reconciliarse con la naturaleza. “Si nuestros antepasados olmecas, mayas, egipcios, incas, etcétera, tenían un respeto por el entorno natural que hasta les daban nombres de deidades a ciertos fenómenos naturales como la lluvia y huracanes, pero también a la agricultura y a la fertilidad, creo que nosotros podemos empezar a tener ese respeto hacia la naturaleza que es la que nos brinda los recursos para subsistir: agua, alimento, oxígeno”.
Dolors Ferrés y Diego de Jesús Chaparro subrayan que para ello es necesario modificar hábitos de consumo y producción de residuos, además de que las autoridades implementen más medidas que incluyan el desarrollo sostenible y postulen los Objetivos de Desarrollo Sostenible respaldados por la Organización de las Naciones Unidas.