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Habitantes donde hay Pueblos Mágicos prefieren el turismo al campo

Prefieren turismo en lugar del campo

 

En numerosas localidades que forman parte del programa Pueblos Mágicos se registra el fenómeno denominado descampesinización, es decir, el abandono de las labores del campo –generalmente asociado con procesos migratorios–, debido a que ahora la población puede llevar a cabo otra actividad económica: el turismo, afirmó Jafet Quintero Venegas, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS).

El investigador señaló que con la inserción de la llamada industria sin chimeneas la población no migra, se integra en el sector terciario de la economía al vincularse con esa nueva actividad. Incluso, añadió, se observan mecanismos de profesionalización para llevar a cabo una dinámica turística más institucional.

Por ejemplo, en los centros educativos de bachilleratos técnicos se forma a los jóvenes para que trabajen en ese sector; “un porcentaje significativo de los campesinos y sus familiares ahora ven al turismo como una opción para no tener que abandonar su pueblo”.

Empero, aclaró el universitario, el turismo también puede ser endeble. Los pueblos mágicos compiten entre ellos y cuando se detuvo la llegada de visitantes por la pandemia, se vio la vulnerabilidad de esa actividad.

Quintero Venegas recordó que Pueblos Mágicos es un programa federal a cargo de la Secretaría de Turismo que surgió en 2001 para incentivar la dinámica en localidades que tienen recurso arquitectónico o cultural, tangible o intangible, que puede ser patrimonializable y mercantilizable para el turismo.

Generalmente se trata de localidades que cuentan con un pasado asociado con el orden de lo rural, una arquitectura digna de ser vista o algún otro elemento, como alguna festividad que pueda ser de interés para los visitantes y mercantilizada hacia el exterior.

El programa comenzó con 31 pueblos mágicos y ahora son 132 en los que, hasta antes de la pandemia, se había incrementado la derrama económica de forma significativa. Ello, a pesar de que al ser localidades relativamente pequeñas están sometidas a las decisiones de viaje de los habitantes de las principales ciudades del país.

Las poblaciones en movimiento

El doctor en Geografía manifestó que “al parecer se ha dado una transformación en el sector agrícola y las tierras que antes servían para la subsistencia local, para producir bienes de consumo cotidiano de la población, están desapareciendo. La utilización del campo ahora satisface las necesidades de los turistas, antes que las locales”.

Como pasa en numerosos destinos turísticos, el patrimonio gastronómico es más un performance (un espectáculo o actuación) que una realidad. A los turistas se les ofrece lo que quieren comer, aunque no sea parte de lo que consume la población local. Por ejemplo, ha habido una carnificación de las dietas. “La barbacoa se ofrece como parte de la comida tradicional de Chignahuapan, Puebla, aunque la población sólo la consume cuando hay una fiesta”.

En el hedonismo (o tendencia a la búsqueda del placer) y dinámicas turísticas, la idea de comer hongos, frijoles y tortillas no encaja; los visitantes quieren “comer bien”. Además, han comenzado a llegar tiendas de comida rápida donde la población local también consume. Así se da una transformación cultural.

De igual forma se produce un proceso de gentrificación (encarecimiento) en los centros históricos de las localidades. En el auge por captar turistas y trasformar el pueblo mágico en un espacio atractivo para el visitante, esos sitios empiezan a transformarse, y donde había viviendas de la población local, ahora hay galerías de arte, cafeterías, restaurantes u hoteles.

Aunque hay casos excepcionales, la mayoría de los dueños son extranjeros porque tienen la posibilidad de comprar una vieja casona en una localidad y convertirla en hotel; los lugareños se insertan como empleados.

En Cuetzalan, Puebla, la población, principalmente indígena, se organiza para vender café al exterior; la gente local estableció mecanismos de vinculación en cooperativas y puso sus propios negocios, pero eso no pasa en Valle de Bravo donde son extranjeros quienes tienen la mayoría de los locales. Cada caso es diferente, aclaró el experto.

Elementos mercantilizables

Como parte del proyecto de investigación “Descampesinización, terciarización económica y nuevas ruralidades a partir de la inserción del turismo rural y cultural en los Pueblos Mágicos del centro del país”, Jafet Quintero trabaja en las localidades de Zacatlán y Chignahuapan, en el estado de Puebla, que adquirieron ese nombramiento en 2011 y 2012, respectivamente.

Ambas localidades dependen considerablemente del turismo de fin de semana proveniente de las ciudades de México y Puebla. A diferencia de otras, como Cuetzalan, o Malinalco en el Estado de México, estas funcionan como espacios complementarios al ubicarse cerca una de la otra, a sólo 17 kilómetros. “Se apoyan mutuamente, y se ofertan y promocionan como un solo espacio”.

Los elementos patrimoniales mercantilizables de Chignahuapan son las aguas termales y las esferas; los de Zacatlán, manzanas y la producción de sidra. Pero en ambos pueblos se ofertan unos y otros, como si fueran parte de la dinámica local, explicó Quintero.

“Están uniendo esfuerzos para potenciar un crecimiento en conjunto. Incluso, la carretera que une a los dos poblados se ha convertido en un corredor turístico o de servicios donde hay sitios de hospedaje y restaurantes; todo se ha convertido en una especie de unidad territorial”. La movilidad entre un poblado y otro es muy importante; cuando hay una fiesta en uno, los visitantes aprovechan para ir también a la localidad vecina.

Tanto Chignahuapan como Zacatlán han creado marcas turísticas. “Ilia Alvarado Sizzo, del Instituto de Geografía, las llama sinécdoques turísticas, es decir, cuando los viajeros se hacen una idea de qué es lo que deben consumir en determinado lugar, por ejemplo esferas o manzanas, como la acción que, por ella misma, representa todo el viaje. Potenciar eso de una manera conjunta le ha funcionado muy bien a estas localidades”.

También se crean nuevas imágenes que se vuelven elementos de identidad en las localidades. Chignahuapan es un buen ejemplo: ahí han adoptado al ajolote como elemento identitario, y los visitantes quieren ver a esos anfibios.

Murales, un museo y la ‘Ajoloteada’ –un festival que se celebra los últimos días de abril para que coincida con el Día del Niño–, rejuvenecen a ese sitio turístico, como el desfile del Día de Muertos en la Ciudad de México que hace unos años no existía. Otra marca turística en ese poblado es el “Ajolotour”, es decir, recorridos por las principales atracciones, señaló el experto.

Jafet Quintero Venegas comentó que para las localidades no es suficiente con ofertar sus productos y servicios de siempre, en este caso esferas o aguas termales, porque tienen lo mismo, como Tlalpujahua e Ixtapan de la Sal, respectivamente. “Se crean nuevos atractivos para captar más turistas; en Zacatlán, por ejemplo, se creó un mirador y un festival de artesanías”.

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